Si volviera a casarme, lo haría en el Quindío… Lo escogería porque me gusta una boda con cuento,
que vaya más allá del encanto de las playas hermosas e iglesias históricas, un lugar que deje
recuerdos nuevos e imágenes y sensaciones sinestésicas que involucren todos los sentidos, que
perduren en la memoria de los momentos inolvidables junto a la naturaleza como la catedral
mayor. Escogería la tierra de los colibríes, de los quindes chupaflores (de donde parece provenir su
apropiado toponímico quechua), porque ofrece naturaleza, pero con la posibilidad de ser atendido
como si estuviera en Viena, que cuenta con aeropuerto internacional cerca, una cama King con
sábanas de algodón egipcio y tres almohadas de plumón para descansar plácidamente después de
un día silvestre. Un lugar para que mis invitados disfruten de esa ancestral hospitalidad nacida del
cacique pijao Calarcá y su hija de sonoro nombre Guaicamarintia, mientras conocen sobre la
cultura del café y aprenden las sutilezas durante su “beneficio” y preparación, en un ambiente 6
estrellas. Empezaría pidiéndole a mi hija que me acompañara a buscar una locación con la magia
indispensable para que una boda romántica sea romántica. No obstante, esta sería una tarea que
podría resultar más compleja de lo pensado, pues pisar estas tierras es una experiencia tan
especial como entrar a comprar en Tiffany, ya que tienen una lista difícilmente imaginable de
cosas bellas para escoger. Entonces, también le pediría ayuda a mi nuera querida, que estaría
encantada en esta tienda y se conoce los mejores lugares, o conoce a quien conoce. Con toda
seguridad ellas acogerían mi pedido con reservas, pues saben mis gustos quisquillosos y exigentes
cuando algo me entusiasma. Mi hija haría una pausa antes de dar un si cariñoso y, sonriendo me
miraría fijamente con esa mirada irreverente que tiene desde pequeña. Mi nuera sin duda
aceptaría con gusto, siempre y cuando contrate los servicios de una persona que se encargue de la
“planificación, coordinación y desarrollo de la boda” desde ya. Una wedding planer consagrada.
Esta etapa de los preparativos sería un momento para deleitarse: sin estrés ni apuros, porque una
boda nueva debería contener todo lo soñado para realizar las fantasías por todo lo alto. Entonces,
con mi magnífico equipo, saldría a recorrer los caminos y senderos Quimbaya e iríamos a deleitar
la vista con ese océano de ondulaciones y suaves lomas surcadas por hileras de platanales y
cafetales a la sombra de ceibas descomunales, arrayanes, guayacanes y acacias. Veríamos un
paisaje con toda la paleta de verdes bordeados por tupidos bosques de guaduas color esmeralda y
amarillo naranja a los lados de las vías y los meandros caprichosos de ríos y acequias. Como la
oferta de calidad es grande y diversa consideraríamos desde hoteles urbanos y casas de finca con
alojamiento, hasta conjuntos de villas de lujo con todas las amenidades deseadas. Para empezar
iríamos por el norte en la parte alta que viene desde Pereira visitando el pintoresco pueblito de
Salento y sus calles flanqueadas por casas representativas de la colonización antioqueña, con sus
corredores rodeando las fachadas de bahareque de caña y cal, contraventas de celosías de madera
y calados en sus dinteles cobijados por los grandes aleros de los tejados para guarecerse de las
lluvias tormentosas que llegan sin pedir permiso que, por sus coloridos deberían inmortalizarse en
cuadros de exhibición. También podríamos aprovechar la cercanía del Valle del Cocora para
admirar la vista de las largas y estilizadas Palmas de Cera plantadas como jirafas paradas en las
faldas de una sábana africana y luego, disfrutar la fina gastronomía en el hermoso poblado de
Filandia. Visitaríamos las fincas con hospedaje en Quimbaya y Montenegro, hasta terminar a 1200
metros de altura sobre el nivel del mar en la zona baja de Armenia ya sea en Calarcá, El Edén o La
Tebaida. Después de conocer todos estos sensacionales lugares, finalmente elegiría uno que tenga
un guadual amable y acogedor donde los largos tallos prehistóricos formen una inmensa cúpula
ojival creando una capilla en el medio del color limón con el cielo como su lucernario. Si me
volviera a casar, mi boda sería a las cinco de la tarde, al aire libre para sentir ese aire fresco y
húmedo en ese bosque de bambú y guaduas, cuando los rayos del sol se vuelven dorados y se
filtran por las hojas creando composiciones de cuento de hadas. Habría mesas de madera con
manteles blancos y servilletas bordadas colocadas aleatoriamente en el centro de cada rayo de luz
al atardecer, adornadas por centros florales de heliconias y orquídeas. Colocaría en rincones
escogidos esas vasijas colosales revestidas de elegantes mosaicos policromáticos de mis amigos
artistas del taller frente al lago donde vuela un águila pescadora. Para la comida, el chef sería yo
mismo y combinaría un menú vegano con todos los abundantes y magníficos productos vegetales;
sin embargo, pediría ayuda a Dorita, quien sabe cómo convertirlos en provocativos y espléndidos,
y otro menú que aproveche el formidable ganado de carne de la región y los langostinos llegados
desde el puerto de Buenaventura. Me aseguraría de que el ambiente tuviera aroma a café y
azucenas, invitaría a músicos de la escuela de Bellas Artes para que el sonido de sus violines nos
acompañe toda la velada, el coro de voces de la Tuna de Calarcá y para bailar pediría una papayera
que toque vallenatos con acordeón y mariachis con trompeta y clarinete para darle una serenata a
mi mujer. Me gustaría una boda con cuento, por eso, si yo volviera a casarme, lo haría en el
Quindío… f/. Arq. Alberto Elizalde Yulee 10 de jun. de 22